jueves, 25 de junio de 2009

El Congo se desangra

Cuando la Comunidad Internacional vive expectante el agravamiento de la situación en Oriente Medio y se escandaliza ante la muerte de 1.000 palestinos en menos de 19 días, no podemos evitar pensar en la sangría y destrucción que desde hace diez años sufre la República Democrática del Congo.

Está región Africana acumula desde 1998 más de 5,4 millones de muertos, invisibles y desconocidos para el mundo. Un cálculo reciente apunta a que las perdidas humanas sufridas desde hace una década pueden equipararse a que un atentado de las magnitudes del 11 de Septiembre se produjese cada dos días en el seno antigua colonia belga.

Tras el genocidio ruandés que acabo con la vida de 800.000 tutsis y hutus moderados, más de un millón de hutus derrotados fueron perseguidos a través de las fronteras de la RDC, colapsando el margen septentrional del país y convirtiendo el Kivu Norte en zona permanente de conflicto. Desde entonces, la milicia reorganizada por los hutus amenaza con un nuevo genocidio. Como respuesta, milicianos tutsis al mando del “General” Laurent Nkunda se han erigido en defensores de su comunidad. Sin embargo, ninguna de las dos partes vela por los intereses de su pueblo y los enfrentamientos, secuestros y violaciones son continuos. Desde mediados de este año se ha producido otra estampida de casi 30.000 personas que huyen hacia otros lugares del país.

Algunas organizaciones como Save the Children han denunciado que todavía existen en El Congo, entre 3000 y 7000 niños soldados arrancados de sus familias y obligados a luchar y asesinar a sus conciudadanos.

Además, según los últimos informes emitidos por las fuerzas de paz allí desplazadas, el ejército congolés esta absolutamente descontrolado y somete a la población a todo tipo de vejaciones y saqueos. Mientras su gobierno preconiza y promete una intervención que nunca se produce.

Los 17.000 efectivos desplazados por la ONU resultan insuficientes y el último General encargado de dirigir la misión de Naciones Unidas en El Congo ha dimitido argumentando cuestiones personales.

Así, la inmensa y feraz tierra de la RDC que alberga entre muchas otras riqueza naturales el 80% de las reservas mundiales del mineral Coltán -componente fundamental para el funcionamiento de circuitos electrónicos y teléfonos móviles, de incalculable valor para el mercado tecnológico internacional- se destruye y desaparece bajo la atenta mirada del mundo que con falsa afección el pasado día de Navidad recibió la noticia de que más de 400 personas fueron masacradas por rebeldes ugandeses - Lords Resistence Army- en las localidades de Faradje, Duru y Doruma.

Son muy pocos los que alzan la voz para denunciar las atrocidades que se están cometiendo en la RDC. La escalada de violencia obliga a muchas Organizaciones No Gubernamentales a la retirada de su personal allí desplazado. Y El Congo se queda sólo, al borde de la catástrofe humanitaria, con una vasta tierra que alberga millones de dólares en minerales pero con una población que sobrevive con apenas 30 céntimos de dólar al día.

No hay escándalo, no hay pancartas ni manifestantes, basta con mirar hacia otro lado mientras sostenemos en nuestras manos la última generación de un ligerísimo teléfono móvil, pero nadie se pregunta cúantas generaciones de niños y jóvenes han sido sacrificadas en la RDC por el dominio de sus recursos minerales y hasta qué punto la sociedad civil tiene en sus manos la posibilidad de evitarlo.

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