miércoles, 29 de julio de 2009

Desde Rusia, con temor.

La quinta esencia de las democracias contemporáneas es la libertad de expresión, y son los gobiernos máximos responsables de su salvaguarda como bien muy preciado que ha costado muchos siglos conquistar. 
Huelga decir que en muchos países, el uso efectivo de esta libertad individual puede costarte la vida. Tenemos ejemplos de ello en Irán, Arabia Saudí, China o Corea.
Sin embargo, al egocéntrico ciudadano de la vieja Europa le parece imposible que en su “propio” continente se produzcan descarados ataques contra los derechos humanos más fundamentales.  La cruda realidad es que en los territorios de la antigua Unión Soviética la libertad de expresión está amenazada, al entenderse como un “mal” que hay que perseguir y extirpar.
Lo único que diferencia a unos países de otros es la “delicadeza” o “visibilidad” del método aplicado para eliminar aquellas opiniones más inconvenientes.

La última victima de sus palabras ha sido Natalia Estemirova. Reconocida activista pro Derechos Humanos -Memorial-y valiente periodista, denunció durante años las atrocidades cometidas en Chechenia. El 15 de julio de 2009 fue secuestrada, asesinada y abandonada en un descampado. Natalia, ya había comprobado en sus propias carnes los métodos disuasorios más agresivo: un ligero envenenamiento le impidió cubrir la noticia del asalto a la escuela de Belsan (Osetia del Norte) donde murieron 370 personas, entre ellos 170 niños. De esta forma, Natalia pasa a engrosar una macabra lista de opositores y críticos, víctimas de misteriosos crímenes que jamás llegan a resolverse.
Durante los últimos años, la secuencia de asesinatos recuerda al tenebroso argumento de una novela negra, pero la realidad supera con creces a la ficción y desde que el 7 de octubre de 2006, un personaje sin identificar esperara paciente en la entrada de un apartamento de Moscu para dar muerte a la periodista Anna Poiltkovskaia, las crueles y cobardes ejecuciones de personas que públicamente se oponen a la política chechena del gobierno presidencial son el pan de cada día.
A Poiltkovskaia le sucedió Litvinenco, envenenado en el exilio con Polonio 210 (23 de noviembre de 2006), lo que provocó numerosos titulares e inagotables teorías conspirativas, fomentados por la propia víctima durante sus últimos y agónicos días en un Hospital británico.
Entre 2007 y 2008 varias personas pagaron alto el precio de su libertad: el periodista Imranovich Shurpayen fue estrangulado en su casa el 21 de marzo de 2008; esa misma tarde, el jefe de una compañía de Televisión local daguestaní, Gaji Abashilov, apareció muerto en el interior de su coche carbonizado; poco meses después, en agosto de 2008, el bloggero independiente Mogomed Evloeu fue asesinado por la policía durante su detención.
Los sucesos acaecidos en 2009,  eliminan cualquier atisbo de esperanza democrática. El 19 de enero, Alexander Markelov, abogado y ferviente defensor de los derechos humanos, salía de una conferencia relacionada con un caso de abuso y asesinato de una chica chechena, cuando fue abatido a balazos en plena calle y a plena luz. Su acompañante, la periodista de 25 años Anastasia Baburova se convirtió, tristemente, en víctima colateral al intentar evitar la huida de su asesino.
Los asesinatos registrados en los últimos años son si cabe, más burdos y descarados. Da la sensación de que entre los delincuentes no existe temor alguno a ser capturados, así lo reflejaron los desconsolados padres de Anastasia Baburova en su último comunicado público: ¿Hasta qué punto podía sentirse tranquilo y seguro de su impunidad el asesino si, con total calma, delante de tanta gente, se atrevió a disparar contra Stanislav y contra nuestra hija? Carta de agradecimiento a Amnistía Internacional, julio 2009.
Herencia de las "purgas" de Stalin, el uso del secuestro, la extorsión y el asesinato, continua siendo herramienta política válida, lo provoca una profunda desconfianza en las instituciones del estado. Los ciudadanos rusos han perdido la fe en la justicia, ¿Quién puede asegurar que la absoluta inoperancia de la justicia en la resolución de los crímenes no anime a los delincuentes a cometer nuevos delitos en un clima de total impunidad?
Sólo nos queda apelar a las autoridades rusas para que acaben con este contexto de terrorífica inseguridad. Por suerte, la fuerza de la libertad individual es arrolladora. Ha movilizado en su defensa a generaciones enteras, incluso en momentos de profunda desesperación para la humanidad. Desde la revolución francesa a la revolución rusa, la lucha por la independencia de la India o el levantamiento de los claveles en Portugal, millones de personas han sido silenciadas, pero todas ellas, al igual que Natalia Estemirova, no temieron llevar su pensamiento hasta sus últimas consecuencias. Sus vidas son valiosos testimonios de libertad.